PON CONFIANZA Y EL CONTROL CAERÁ

 

Lo que no puede dejar de ser lo que es… será siempre lo que es.

Ulha Maleva

Hay muchas formas de resistirse a la realidad. El nivel de sutileza puede llegar a tal punto que la resistencia quede encubierta a nuestra propia consciencia, negando con rotundidad lo que es a través de un juego de manipulación justificada.

 

Sé de lo que hablo. Jamás me hubiera imaginado llegar a ese punto. Pero sí; reconozco haberlo incluso traspasado perdiendo de un chasquido la humildad adquirida durante años.

 

Me he visto colocándome a la altura del mismo Universo.

¿Cómo he podido atreverme a pretender colocar a otra persona en su lugar?, ¿quién soy yo para sentenciar mi creencia sobre ella? Es cierto, he llegado a un límite. Mi deseo de acabar con el dolor me hizo situarme en el trono de sentencias. ¿Cómo iba a permitir que el sufrimiento siguiera en mi familia?. ¿Acaso no tenía la forma de crear un final lleno de suavidad y dulzor?. ¿No merecíamos tener facilidad?. ¿No había sido ya suficientemente duro?.

 

Jamás había tenido tanta claridad. Nunca hubiera encontrado una fórmula tan impecable para alcanzar el nivel de consciencia que me ha traído esta situación. El hecho de meter la pata hasta lo más hondo sin ningún tipo de culpabilidad, me ha llevado a un lugar de comprensión absoluta donde la realidad ha pasado de representar un terreno de dolor, sufrimiento, incertidumbre y desgarro, a ser un espacio de perfección, orden y sabiduría.

 

Tres semanas de hospital han sido la clave para desmantelar el control que vivía encubierto en mi forma de ser. Día a día la muerte se aproximaba y con ella las dificultades. Llegado un momento, todo lo que se aceleraba cambió su rumbo. El viaje parecía haberse ralentizado, mientras, la tensión, la dificultad y la resistencia avivaron su llama.

 

Un solo día fue necesario para descolocarme del espacio interno al que había llegado. Mi padre me había regalado días paradisiacos donde el dolor y la pérdida me regalaron espacios de verdad, ternura y belleza. La vida me daba la oportunidad de acompañar a mi padre desde un lugar realmente duro y difícil, gracias al cual, me sentía plena y completa. Al fin, había dejado de tener miedo, todos los juicios hacia mí misma se habían desvanecido, todo lo que era, era lo que amaba ser; me había encontrado.

Todo parecía tener un orden perfecto. Su sentido era tan claro que lo podía tocar con mi corazón cada vez que cogía su mano. Y gracias a la vida, unas horas más tarde, todo lo alcanzado se derrumbó.

 

Aquel lunes 3 de febrero todo parecía ir en contra. El hospital entero parecía un manicomio. Buscaba tierra y sólo recibía agua. Los imprevistos se multiplicaban exponencialmente. No había espacio para la pausa, la escucha o la reflexión. Todo se caía y no había espacio tiempo para recogerlo. No había nada que pudiera hacer para que todo fuera diferente. Mis esfuerzos me apartaban tanto de lo que buscaba como de lo que en realidad ocurría. Sentía que cada paso que daba me alejaba más de las personas que me acompañaban en aquel hospital. Me sentía incapaz de acceder al momento. El cansancio se sumaba al deseo de satisfacer las expectativas de otros. Mi necesidad de resolver la realidad era tan palpable, que me salí de mí misma. Me vi colocándome desde una creencia que ni siquiera era mía. Dejé de jugar. Abandoné incluso la sonrisa. ¿Dónde estaba?, ¿qué estaba ocurriendo?.

 

Cuando llegó el momento de reencontrarme a solas con mi padre, cogí su mano y aterricé instantáneamente en la verdad que emergía en ese contacto.

De pronto, me sentí como una niña bajando por el tobogán de la realidad, recuperando la presencia segundo a segundo. Un minuto fue suficiente para caer en mí. Un minuto fue el encargado de ofrecerme la cascada de miedos que había alimentado durante esa mañana. Un minuto bastó para destaparme, sincerarme y comprender todo lo que la realidad me entregaba con tanta dedicación y esmero.

 

Buscaba tierra y sólo encontraba agua.

Era cierto, creía necesitar un momento de pausa, claridad, respuestas, certezas, facilidad, concreción, dirección, sentido, estabilidad y seguridad. Sin embargo lo que recibía era incertidumbre, preguntas, caos, desconcierto, quejas, inseguridad, sufrimientos, inconvenientes, imprevistos, problemas…

Buscaba claridad y me daban realidad.

Buscaba orden y me ofrecían caos.

Buscaba pausa y me daban movimiento.

Buscaba control y no llegaba a él.

 

¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía pedir a la vida lo que no me estaba dando? Y mejor dicho, ¿cómo podía creer que lo que necesitaba era lo que no tenía?. ¿En verdad miraba con integridad? Lo comprendí rápidamente. Tan sólo se trataba de dar lo que buscaba. ¿Por qué lo buscaba fuera? Claramente era una falta interna que sólo podía cubrir desde mí. Si necesitaba tierra, tocaba ponerla. No se trataba de pedirla fuera, pues la vida se estaba encargando claramente de crear los movimientos adecuados para que yo la encontrara, pero para ello, necesitaba colocarme, y no precisamente en la víctima o el inquisidor, sino más bien en el pupitre de aprendiz. ¿Cómo puedo relacionarme con las mareas de la realidad? Siendo tierra. ¿Cómo puedo vivir el desconcierto, la incertidumbre y el descontrol? Confiando.

 

La respuesta llegó inmediata. La tensión que estaba viviendo era ocasionada por un tratar de controlar lo incontrolable. Nada dependía de mí. Cuanto más trataba de controlar más se enredaba la situación. Aquella mano me estaba hablando de algo que no estaba dando: confianza. Si añadía confianza a cada escena de las que había vivido aquella mañana, toda la percepción de la realidad cambiaba súbitamente. Tan sencillo como eso. Pon confianza y dejarás de necesitar el control. Confía y ya no habrá ahogo.

 

Aquella tarde había pedido un espacio de pausa y escucha. Un encuentro de nuevo con mi padre para poder crear un espacio de comunicación donde le hiciera ver la necesidad de conectar su cuerpo a su alma. Quería hacerle ver la realidad. Quería facilitarle el viaje. Quería hacerle partícipe de lo que no estaba viendo. Quería hacerle consciente de su inconsciencia. Quería impulsarle hacia la luz para ahorrarle el sufrimiento de mantener ese estado por más tiempo.

 

Un momento, ¿quién necesitaba ser consciente de todo ello? ¿Quién estaba dormida? ¿Quién no quería ver la realidad? ¿Quién se dificultaba el viaje? ¿Quién no se incluía en él? ¿Quién estaba sufriendo?

 

Bendita mano. Un toque de Dios. Un despertar fortuito desde el corazón del universo.

¿Cómo podía pretender cambiar lo que era? ¿Cómo sabía que estaba en lo cierto? ¿Acaso mi versión era la acertada? ¿Acaso pretendía crear un viaje amoroso? ¿En verdad creía que esa dificultad, ese estado límite al que habíamos llegado, no era la acción más clara de amor verdadero? ¿No era precisamente esa dificultad la que podía desmantelar la manipulación que sin saber estaba ejerciendo sobre mi padre?

 

¿Y si resultara que mi padre nos estaba llevando al extremo de la dificultad y del dolor para soltar de una vez por todas el control sobre la realidad? ¿Y si lo que nos dijera a través de su ausencia de palabra, de su dolor, de su inmovilidad, de su negación a la ingestión de comida, medicación o agua, de su agresividad y alteración nerviosa, fuera, que lo único que nos toca, es dejar de hacer que las cosas sean diferentes y dándonos la oportunidad de confiar?

 

¿Y si la tierra buscada consistiera en darse a uno mismo? ¿Y si tan sólo bastara con confiar?

 

A lo largo de mi vida he tenido grandes maestros. Pero ninguno ha llegado a la altura de mi padre. Él me ha enseñado lo que es el amor incondicional a través de crear situaciones que me llevaran a vivir mis lados más incoherentes y necesitados de amor. Él me ha mostrado mis deseos y necesidades sin salir de su propio espacio. Me ha regalado la Biblia de la vida sin emitir una palabra. Me ha mostrado la autenticidad de la danza en cualquier espacio sin moverse de la cama. Me ha enseñado a reconocerme, a aceptarme, a respetarme y amarme, gracias a su desconexión cognitiva. Y lo más bello, ha sido capaz de confiar en mí dándome la oportunidad de aprender y de llegar al amor incondicional, entregándose al viaje de la enfermedad y la muerte.

 

Mi padre no se ha abandonado, no se ha desconectado. Mi padre ha dado el paso para que otros pudieran descubrirse a través de él.

 

La realidad no es excluyente. Lo que es, está ahí para que te sientas parte de ello. Si te resistes y tratas de cambiarlo, sólo aplazarás tu propio cambio. La realidad no necesita cambiar. Somos nosotros los que nos aferramos a la forma que ya no encaja en ella.

 

La incertidumbre de la vida nos regala el agua capaz de moldearnos. Si nos afianzamos en nuestra propia creencia de verdad y validez, nunca podremos enriquecer y depurar lo que llamamos autenticidad. Sólo el descontrol puede aflorar nuestro control. Sólo lo incierto puede destapar nuestra necesidad y anhelo de certeza. Y sólo viéndonos a través del corazón, podemos darnos a la liberación de tales creencias dañinas.

 

Cuando alguien toma un camino, sólo puedes acompañarle en él, y permitir que sus pasos destapen los tuyos. Ése es su regalo. Su verdad revela la tuya, para que decidas dónde colocarte respecto a ella y qué hacer con ella. La vida es un baile en parejas continuo donde la forma de incluirnos en su danza hará que cada encuentro sea un acercamiento íntimo contigo mismo, sabiendo que la no aceleración de las experiencias puede mostrar con mayor claridad lo que la situación nos regala.

 

No trates de que acabe. No aceleres ni ralentices. Date con confianza y presencia, para que puedas sentir en cada momento dónde estás y qué eres en él. Ésa será la aportación de tu tierra. La vida ya se encarga de dar movimiento, tú sólo has de acompañarlo siendo tierra para su corriente.

 

Basta incluirse para sentirse parte. Basta confiar para sentirse que ya eres. Basta actuar desde esa certeza para verse y comprender.

 

Hoy he de tomar una decisión que supone un cambio radical en mi vida. Lo tengo claro. No puedo controlar lo que ocurra a partir de ahora. Hay cosas que no dependen de mí. Él me lo ha enseñado. Nuestro aprendizaje no es hacer que las cosas funcionen, sino permitir que las cosas sean lo que son dando nuestro corazón en ello y soltando el logro de su acción. Quizá lo que mi padre busque es que vivamos el camino y aprendamos de sus etapas sin importarle lo más mínimo si llegamos a la meta. Quizá lo que tocaba era haber conocido a todas esas personas, sembrando en ellas una nueva inquietud, una perspectiva que busque la ayuda y no la culpa por el estado al cual se ha llegado.

Quizá la meta era el viaje y no el éxito de la llegada.

Quizá es más importante la confianza que sintamos ante la sabiduría de la vida que el hecho de no dar el paso por temor a perder la oportunidad de realizar lo que tanto esfuerzo nos ha llevado.

Quizá ahora lo que toque es darle el voto de confianza a mi padre para que su decisión siga su curso.

Quizá lo que nos pida es que miremos por el equilibrio del orden de cada parte de esta familia, sin culpas ni arrepentimientos.

Quizá lo que ahora toque es permitir que todo siga el rumbo que la conciencia superior dicte.

Quizá sea el momento de poner en marcha todo lo que hemos aprendido y hemos descubierto gracias a la enfermedad.

Quizá sea ahora cuando comienza el verdadero viaje para nosotras, pues es ahora que con más consciencia que nunca podemos ver nuestra resistencia pasada, e ir más allá apostando por lo que es, sin más manipulación ni esfuerzo para que todo funcione según nuestro esquema.

 

Ya no necesito pedir tierra, pues sé que soy yo la única que puede regalármela.

Ya no preciso saber cómo, pues la realidad me da la mejor opción.

Sólo he de regalarme a lo que es, confiando y colocándome en ello desde el corazón de mi coherencia. Ahí, todo es y yo puedo sentirme parte en ello sin dejar de ser y de reconocerme en ello.

 

¿Acaso hay algo más amoroso que darte la oportunidad de despertar?

Inclúyete en la vida sin tratar de modificarla y ella te cambiará.

Simple, bello y verdadero.

 

Gracias por ser tanto el regalo como las manos que lo entregan.

Siempre en mi corazón

Noelia