Cuando el sentir «ME UBICA»

¿En cuántas ocasiones oprimimos un sentir auténtico por rechazo?

¿Quién realmente juzga y manipula tu realidad?

Son muchas las situaciones externas que nos han ido condicionando a lo largo del tiempo.

Las hemos incorporado hasta tal punto que se han vuelto parte natural en nuestra forma de vivir y de responder ante las circunstancias. Nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos está invadida por condicionantes. Nos cuesta distinguir qué es verdadero desde nuestra propia individualidad. Hemos sido esponjas frente a la información externa por falta de reconocimiento y confianza en los ideales personales. El paso de los años ha creado un nivel de condicionamiento tan profundo, que ha llegado a transmitirse a través de las generaciones. Su impacto ha alcanzado tal nivel que en la actualidad somos muchos los que compartimos la necesidad de volver a uno mismo con autenticidad.

La responsabilidad implica hacerse cargo de las decisiones que tomamos día a día. Por miedo y dudas hacia nuestra propia coherencia, hemos llegado a enmudecer la voz interna que siempre nos ha acompañado y a reemplazarla por las creencias de una sociedad que ha catalogado lo correcto desde un aspecto basado en el control. Quien controla, no siente. Quien no siente no puede hacerse responsable de su verdad. Restamos tanto valor a lo que en realidad resuena en nosotros que hemos llegado al punto de vivir bajo una inconsciencia plena de su existencia. Siempre esperando la opinión y la respuesta externa. Viviendo para encontrar el lugar fuera. Actuando de maneras destructivas para llegar a encajar en el diseño controlado de una ilusión.

Con esto, sólo expongo una observación sencilla de lo que nos ha traído hasta este momento de crisis global. Y acogiéndola con puro respeto y completa humildad, tomo una decisión honesta que me ancla a mi propia responsabilidad. No voy a tirar balones fuera. No hay culpables. Tan sólo aprendices que conscientes o no, han caminado bajo sus propias decisiones. Han movido sus fichas y ahora, han despertado a un sentir común. Más allá de los hechos, más allá de las opiniones de esos hechos, está la oportunidad de volver a nosotros.

Nunca es tarde. No es momento para asustarse ni para apresurarse. Es momento para decidir que somos responsables y capaces de comenzar a reunir cada pedacito de nosotros reconociendo el sentir como el elemento de unión en uno mismo.

Si vivimos desconectados de nosotros mismos, jamás crearemos relaciones completas.

Simplificar es sinónimo de regresar a la esencia. Quien abre sus sentidos a la escucha real de su necesidad puede emprender un camino único, genuino y valioso, que le enraizará en una coherencia firme, incapaz de abandonar su compromiso. 

¿Y cuál es ese compromiso? Mantener un contacto impecable consigo mismo. Reconocerse y reencontrarse en cada circunstancia, acogiendo cada nueva capa, cada nuevo aspecto que produce dolor y desencuentro. Ser guardián de tu viaje, ése que en cada prueba te acerca más a ti, a lo que todavía desconoces y te hace tomar parte en la vida desde un lado que quizás nunca te habías planteado. 

Cuando hablamos de estar conectados a nuestra tierra y consecuentemente enraizados en ella, nos metemos en un territorio imprescindible para “ser de verdad” en lo que sucede momento a momento.

La tierra nos da la posibilidad de parar a escuchar y escucharnos, de observar y observarnos. 

Quien toma tierra comienza a elegir darse cuenta.

Quien escucha y ve, se reconoce, y consecuentemente se encuentra.

El siguiente paso es crucial. Si te has encontrado, ve a la vida y siémbralo en tu acción.

El cambio precisa tu propia respuesta. Tomar consciencia es de gran valor, pero guardarla para la intimidad crea indigestión e indiferencia. 

Podría escribir horas sumergiéndome en diferentes caminos dentro del territorio de la tierra.

Pero hoy, voy a simplificar. Voy a escoger un punto de partida. 

Escogiéndome, modifico cualquier patrón que en un pasado me haya controlado. Y es ésta la semilla que en esta semana ofrezco como reflexión.

No podemos modificar lo que no depende de nosotros. Tratar de hacerlo sólo genera frustración.

Sin embargo, hay algo brillante que está a nuestro alcance.

¿Y si utilizáramos cada imprevisto como el cincel de la vida que va esculpiendo nuestra coraza? ¿Y si en lugar de tomarlo como un estorbo, lo acogiéramos como una pista a seguir para encontrar lo que en verdad es necesario en ese momento? ¿Y si siguiéramos su rastro hasta el final? ¿Y si fuera la clave del enigma? ¿Y si precisamente te estuviera dando un atajo de los que te ahorran grandes sufrimientos y frustraciones? 

Sé que muchos podemos tomar consciencia de ello y estar en ese camino de acoger lo que venga sin reproche, con espíritu juguetón de curiosidad.

Sin embargo, también soy consciente de que hay aspectos que apuntan directos a ese punto de dificultad extrema en ti que te arrastran sin sentirte dueño de tus acciones. Lo que comúnmente se llama punto débil.

Y ahí es donde con vuestro permiso voy a comenzar a danzar.

Ante situaciones que nos descontrolan hasta tal punto que nos desbordamos tenemos la gran oportunidad de leer todas las capas de información que acompañan a ese sentir. 

La contención, sea cual sea su origen, genera tensión y control. Es una forma de enmascarar una voz que precisa ser atendida. 

Quien contiene no puede fluir, y su sentir está siendo sometido. 

Si lo llevamos al lenguaje de los elementos, lo que estamos haciendo es colocar una represa en un gran río. Estancamos el agua porque negamos su existencia. Si el agua se paraliza, se intoxica. Aquello que evitamos mostrar se amplifica en nuestro interior dañando un sistema físico y energético como consecuencia de un control emocional.

Si esto se extiende a diversas circunstancias de nuestra vida y se prolonga en el tiempo, comenzamos a crear una tierra a imagen y semejanza de nuestras acciones. Por lo que el cuerpo va a responder a patrones de conducta sembrados con creencias erróneas que generan estrés, tensión y falsedad. Dejas de ser tú para ser la imagen que crees que has de ser bajo una directriz externa condicionada por infinitos espacios de control.

Sin embargo, hay una llave que nos sintoniza rápidamente hacia el camino de vuelta. Tenemos la capacidad de salir de la torre de defensa y de encontrarnos con el bello instrumento que espera por nosotros, esa tierra que forma parte de ti.

El sentir es la llave. Y la forma en la cual nos relacionemos con él generará la posibilidad.

Sentir es dar permiso para que nuestro agua siga su curso. No se trata de ser arrastrados por ella, sino de estar acompañándola en cada etapa de su cauce. Nos enganchamos a tantas necesidades confusas como la conocida prisa, que olvidamos la necesidad de transitar el viaje.

Todo tiene un sentido, un tempo, un valor… excluir una etapa es negar el encuentro del tesoro.

Si incluimos cada momento sentido damos espacio a cada parte conectada a él. De tal forma, que habrá suavidad ante los movimientos que se generen, independientemente de si el proceso es veloz o lento, la cualidad que sostenga a ese sentir es la que creará la diferencia. La suavidad nunca desborda. Reconocer con suavidad el proceso que se despierta, gracias a la respiración y a la observación sin juicio, produce cambios reales.

Cuando nos dejamos sentir una situación y vemos todas las imágenes, todas las historias que se unen a ella, tenemos la oportunidad de escoger cómo relacionarnos frente a ese hecho.

En el momento en el que somos nosotros los que decidimos y no la situación la que nos arrastra, estamos tomando las riendas de nuestra responsabilidad, de nuestra capacidad de dirigir el sentir  hacia una acción concreta.

Cuando nuestras acciones son observaciones y reflexiones de un sentir propio, estamos creando una nueva tierra, un nuevo cuerpo, un nuevo capitán de barco.

Es decir, si aceptamos y seguimos el agua en nosotros desde un observador que aprende y emprende acciones unificadas, podremos recrear una nueva tierra que sostenga una verdad que siempre aprende, que nunca niega, que incluye y no se estanca, que integra y no se aferra. 

Para crear una nueva tierra necesitamos soltar un antes siendo el agua del sentir quien nos da el poder sincero de llevarlo a cabo.

Construir una nueva tierra y darse la oportunidad de ser auténtico en ella es oficio de voluntad, valentía, firmeza, humildad y como no de una suavidad sincera. 

Agua y tierra van de la mano. En el momento en el que la tierra se seca, se quiebra, y eso ya lo conocemos demasiado…

En el momento en el que el agua no encuentra sostén y acompañamiento se desborda y te arrastra.

Con estas palabras invito a una observación para que juntos podamos reconocer nuestro sentir y gracias a la tierra de lo que fue podamos elegirnos en una nueva tierra de lo que en verdad somos en lo que es. 

Que el agua nos humanice y la tierra nos permita llevarlo a cabo.

Me despido con un poema que integra mi propia reflexión.

 

Una buena elección ni sufre ni padece…ni culpa ni se siente culpable.

Una buena elección te permite sentir la libertad individual y el respeto al clan, al mismo tiempo.

Una buena elección transgrede la norma sin ofender…y se baja de la creencia limitante, tantas veces instalada por el miedo o en la seguridad.

Y aquí seguridad y miedo viven hermanados…porque nos quita seguridad lo mismo que nos genera miedo: ¡cambiar!

Y si no hay cambio no hay evolución ni devenir…todo se estanca y seguimos viviendo en invierno cuando ya es primavera…y la vida se nos pasa sin dar el paso a la otra orilla…a la otra, donde el amor arriesga toda su aventura ofrendándose al viento y haciéndose de la lluvia, a la otra…que canta a la vida mientras con el alma vuela…a la otra…que descorre los velos de la noche y salta en el amanecer y lo celebra.

Ulha Maleva

 

Gracias por vuestra compañía y presencia

Noelia